5 de julio de 2023
UP Y EL PERONISMO
La parte, el todo y los duques dispersos
Todavía quedan resabios de bronca tras el armado de las listas del oficialismo donde La Cámpora copó las nóminas legislativas. Las razones por las cuales los intendentes buscan culpables sin hacer autocrítica y el proceso que los llevó, quizá por egos, quizá sin darse cuenta, a que se rompiera el esquema tradicional que ordenaba las secciones.
En el kirchnerismo algunas voces señalan que Cristina y Máximo Kirchner ven en Sergio Massa algunas cosas de Néstor. Se refieren, puntualmente, al pragmatismo desvergonzado del ahora candidato presidencial de Unión por la Patria, que en su momento le sirvió al santacruceño para convertirse en un líder indiscutido después de haber asumido la presidencia con apenas el 22 por ciento de los votos, apoyado por un padrino que imaginó seguir siendo el jefe en las sombras.
Animal político como pocos, Néstor entendió rápidamente que su proyecto podía perdurar si, y sólo si, le quitaba el liderazgo a ese padrino. Le costó menos de dos años desplazar a Eduardo Duhalde, y empezó a horadarlo con un ensayo que nunca estuvo dispuesto a concretar en la realidad: les hizo saber a los poderosos intendentes del Conurbano, y a toda la estructura del Partido Justicialista bonaerense, que les pondría en riesgo el poder territorial con un armado propio. Con Julio De Vido y la obra pública como espadas, hizo que rápidamente los alcaldes lo abrazaran y él los abrazó a ellos. A tal punto que ni siquiera rompió las sociedades que ordenaban la compleja estructura del peronismo provincial.
Ese pragmatismo que supuestamente la vicepresidenta y su hijo reconocen en Massa, lejos está de ser el que ellos mismos aplican en la construcción de la nueva alianza. Aunque sí debe reconocerse en Cristina y Máximo (sobre todo en él) la capacidad de llevar adelante aquello con lo que Néstor coqueteó pero archivó rápido cuando estuvo seguro de tenerlos a todos en su redil. Hoy, PJ bonaerense ostenta un título nobiliario lleno de duques recluidos en sus ducados, celosos entre sí, que arman pequeñas sociedades basadas en la afinidad y resultan inconsistentes para dar batallas concretas y con alguna posibilidad de éxito.
A la bronca que todavía mascullan los alcaldes tras el cierre de listas le falta autocrítica. Más aún, los enojos exacerban las divisiones entre ellos y dejan el camino más allanado, para hacer y deshacer sin restricciones, a quienes cuestionan por haberlos excluido. De la nada, Máximo Kirchner construyó, junto a Andrés Larroque y Eduardo De Pedro, una organización que despertó a la militancia y movilizó una juventud hasta ese momento sumida en una anomia en la que mucho tuvo que ver el relajamiento de los propios jefes comunales.
Podrán llover mil críticas sobre La Cámpora; lo que nunca debe decirse es que cooptó organizaciones. Se construyó sobre sus mismas bases y desde ahí puso en tensión al peronismo que no pudo, o no supo, convivir con ella sin que ella terminara por conducirlo. Siempre será una parte la que conduzca al todo. Lo que es difícil de digerir ahora es que esa parte se quede con casi todo, y que lo que ceda sean migajas para los socios circunstancialmente más convenientes, desplazando casi por completo a quienes se sienten con más ADN peronista (la medición del peronómetro es también un sello indeleble del universo justicialista).
La materia pendiente de la organización K es construir las suficientes alternativas para ir a pelear el voto desde candidaturas ejecutivas y dejar de recluirse en la comodidad de las sábanas legislativas. Además de los tres intendentes de origen camporista que van por la reelección, solamente hay un candidato de la Orga que se anima a la pelea distrital: Damián Selci en Hurlingham.
Y ese ejemplo sirve para graficar brutalmente otro problema irresuelto de la doble comandancia de Máximo como líder de La Cámpora y presidente del PJ provincial. Tiene razón Juan Zabaleta cuando se queja que el diputado nacional fue una de las figuras centrales en el lanzamiento de la candidatura de su rival para la intendencia. En un esquema lógico de institucionalidad aparece cuanto menos ruidoso el hecho de que el titular de Partido Justicialista de la Provincia haga público se apoyo a un rival del presidente del Partido Justicialista de un distrito. Más cuando éste va a competir en las PASO con la mítica lista 2, que bien pude traducirse como “la boleta oficial del partido”. Zabaleta reclama, de mínima, que las autoridades del PJ no le pateen en contra. La verticalidad se entiende en el justicialismo como un camino de ida y vuelta, sin colectoras.
Esa verticalidad ha tenido en el peronismo una concesión hacia los presidentes de la Nación que no ha sido tal con los gobernadores. En algún momento, Carlos Menem, Néstor Kirchner y ahora Alberto Fernández compartieron la máxima responsabilidad con la presidencia del PJ nacional. Ni Carlos Ruckauf, ni Felipe Solá, ni Daniel Scioli, ni Axel Kicillof accedieron a la jefatura del PJ Bonaerense, como además suele suceder en las otras provincias donde gobierna el peronismo.
Como se menciona anteriormente, el kirchnerismo duro, siempre desconfiado del pasado, lleva a la práctica aquella idea primigenia con la que Néstor encendió las primeras alertas que él mismo desactivo poco después al habilitarles la reelección en 2007 a todos los que la quisieran, en la que también dejó que la territorialidad se encargara del llenado de las listas seccionales con la misma lógica que había construido Duhalde.
Por aquellos tiempos, el peronismo bonaerense se reunía no menos de una vez por mes en un departamento de la Avenida de Mayo, pegado al Café Tortoni, y era conducido por José María Díaz Bancalari. El y Julio Pángaro aparecían como los jefes de la Segunda sección, como lo eran Julián Domínguez y Florencio Randazzo de la Cuarta (siempre en tensión pero con acuerdos salomónicos a la hora de acomodar las listas seccionales), Juan Garivoto y Alfredo Meckievi por la Quinta, y la recordada Cooperativa de la Sexta que comandaban Dámaso Larraburu, Carlos Mosse, Carlos Astorga y Hugo Corvatta. En la Sétima era sota y rey Isidoro Laso.
La lógica del Conurbano siempre descansó en la potencia electoral de las comunas y en la mesa que conformaban los intendentes, donde prevalecían las voces de Hugo Curto, Raúl Othacehé, Mario Ishii, Mariano West y Juan José Alvarez por la Primera sección; y Alberto Balestrini, Manuel Quindimil, Julio Pereyra, Juan José Mussi, Federico Scarabino y Alejandro Granados por la Tercera.
En los cierres, cada sección arreglaba lo suyo, y los jefes contenían a los intendentes. También tironeaban con los grupos díscolos para dejarles el menor lugar posible pero el suficiente como para tenerlo siempre adentro de la estructura. Esa es la maquinaria peronista que siempre funcionó hasta que esas sociedades quedaron sin sucesión. Entonces vino la diáspora. Los ducados unipersonales o las pequeñas sociedades que debilitaron todas las mesas seccionales. Y cuando en política los espacios se dejan libres inmediatamente son ocupados. Con otra lógica, pero la misma ambición de poder, La Cámpora se quedó con la lapicera que antes defendían con gallardía los denominados barones en nombre de un territorio que es, en verdad, donde están los votos.
Como si eso fuera poco, también el kirchnerismo duro se quedó con el sello más preciado de la política nacional. Pero no se lo robó a nadie, lo conquistó dividiendo, formando pequeñas asociaciones de celosos duques que con tal de quedarse con su parcela cedieron el control del todo en manos de una parte a la que ahora le reclaman que los integre. Se llama ejercicio del poder y está en las primeras páginas del manual peronista. También lo está la resistencia.