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23 de octubre de 2016
CONURBANO CALIENTE

La lucha de los curas villeros contra las drogas

Mientras el consumo y el narcotráfico avanzan en el Conurbano bonaerense, un grupo de sacerdotes se dedica a lo largo de su vida a salvar a los más desprotegidos en el corazón de las villas

La lucha de los curas villeros contra las drogas
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La muerte del sacerdote tucumano Juan Viroche sacudió por completo a la comunidad eclesiástica y a la sociedad en general. Ni bien se conoció la trágica noticia, no fueron pocos los que vincularon el hecho con “las mafias del narco-tráfico”. La autopsia no importó, y el de-senlace de la investigación pasó a un segundo plano. Tanto los vecinos de la pe-queña localidad de La Florida como los colegas eclesiásticos de Viroche sostienen que “a Juan lo asesinaron por sus denuncias contra del narcotráfico”. De hecho, el párroco estaba amenazado.

A lo largo y ancho del país son numerosos los curas que dedican su servicio a la lucha contra la venta de drogas y las adicciones. En el Conurbano bonaerense, al menos, son ocho los que trabajan en este sentido; liderados por el obispo Fernando Maletti, uno de los principales referentes del cordón urbano. Maletti asumió en el mando de la diócesis Merlo-Moreno en 2012, nombrado específicamente por orden del Papa Francisco y dedica su servicio a la ayuda de los olvidados por el Estado y alcanzados por la pobreza, la desocupación, la violencia y las adicciones.

La Iglesia Católica en sí misma no se ocupa de la lucha contra el crimen organizado, sino que lleva adelante tareas de prevención y recuperación para adictos, el último eslabón de la cadena del narcotráfico.

“Nuestra misión es contener, acompañar y prevenir, tanto a las familias como a los mismos chicos y chicas que ca-en en este flagelo en las villas y barrios del Conurbano bonaerense. Los sacerdotes que estamos allí tenemos un protagonismo muy fuerte, sobre todo en el acompañamiento”, contó a La Tecla el obispo.

Muchas veces, hablar de Conurbano bonaerense supone una cierta generalidad, más aún cuando se lo vincula con cuestiones relacionadas a la marginalidad y el abuso de estupefacientes. Los sacerdotes que trabajan día a día junto a esta problemática aseguran que si bien hay “puntos calientes” del Gran Buenos Aires en donde la droga golpea más fuerte, es una realidad “igualmente cruda en todos lados”. No obstante, en las villas de emergencia de Buenos Aires y algunos barrios de algunos partidos del Conurbano es donde se registra mayor fragilidad.

Por ejemplo: en el distrito de San Martín, donde se encuentra el padre José María Di Paola, más conocido como “padre Pepe”. En el corazón de La Cárcova, el párroco apunta a la prevención del consumo en los más jóvenes, un consumo que “crece en la medida que disminuyen las alternativas”, según sus propias palabras. Di Paola vivió en carne propia las consecuencias de las “mafias”, las mismas que, sospechan, terminaron con la vida del cura Juan Viroche, en Tucumán. “Me tuve que ir a Santiago del Estero dos años, perseguido por las mafias que operaban en la Ciudad de Buenos Aires”, señaló el sacerdote a este medio.

Los llamados “Hogares de Cristo”, donde nuclean las actividades para luchar contra la drogodependencia, se extienden tanto en el norte como en el sur del cordón. En San Isidro, el principal referente es Juan Manuel “Cheché” Ortiz de Rosas -descendiente del histórico caudillo de la Confederación Argentina-, quien encontró el método para sacar a los chicos de las calles: el fútbol.

Uno de los casos más emblemáticos es el del cura Miguel “Pancho” Velo, quien recibió amenazas tras denunciar a las “mafias” del ex intendente de Merlo, Raúl Othacehé. En la parroquia Inmaculada Concepción, de Pontevedra, debió soportar la presencia de infiltrados en sus misas que controlaban sus sermones. Velo recibió el apoyo personal del Sumo Pontífice, Papa Francisco, quien no sólo visibilizó la problemática, sino que también le puso un freno al avance de los mensajes intimidatorios.

Lo cierto es que cada uno de los párrocos utiliza sus propios métodos para contener a los más jóvenes. “No podemos ser la misma Iglesia de hace 50 años”, admitió uno de los curas villeros.

Y sí, hay que modernizarse. Tal es así, que el padre Hernán, quien trabaja en el distrito de Almirante Brown, abrió una cuenta en Twitter. A través de la red social del pajarito comparte las jornadas solidarias y mensajes de esperanza a sus seguidores. Recientemente anunció la apertura de un Centro de Atención y Acompaña-miento Comunitario, en el que brindarán respaldo a las víctimas del flagelo de las adicciones.

También se puede mencionar a Basilicio Britez Espínola, o el “padre Bachi”, como todos lo conocen en Villa Palito,
en el partido de La Matanza. Desde los 10 años vive allí, donde “todo es más cuerpo a cuerpo”, dijo, con relación a la cercanía con los vecinos.

Algunos tendrán mayor exposición que otros, pero lo cierto es que en cada rincón del Conurbano un sacerdote está dispuesto a dedicarse, por completo, a la pelea contra las adicciones y, así, hacerle frente al narcotráfico.

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