19 de noviembre de 2019
*POR JORGE SILVESTRE
Golpe de realidad
No hay un día sin protestas en América Latina. Los habitantes de la región están habituados a tomar las calles para hacerse escuchar. Pero el malestar se ha visto desbordado y las protestas aisladas se han convertido en crisis socio-políticas de distinta intensidad que han acaparado los titulares de la prensa internacional.
No hay un día sin protestas en América Latina. Los habitantes de la región están habituados a tomar las calles para hacerse escuchar. Pero el malestar se ha visto desbordado y las protestas aisladas se han convertido en crisis socio-políticas de distinta intensidad que han acaparado los titulares de la prensa internacional. Venezuela, Ecuador, Chile, Haití y, ahora, Bolivia, donde la escalada de la tensión ha acabado con la renuncia de Evo Morales después de que los militares se lo "sugirieran".
Hay muchas razones detrás de cada conflicto. Pero existe un hilo conductor: políticos desconectados de las realidades de sus países, donde la desigualdad, la corrupción y el abuso de poder son problemas cotidianos.
Para entender buena parte de lo que pasa estos días hay que remontarse a la década anterior, donde se combinaron dos fenómenos, uno político regional y otro económico mundial. El primero fue una oleada de gobiernos de tinte de izquierda que tomó la batuta de la región y que se conformaron como bloque con iniciativas de integración regional como Unasur, CELAC o el Banco del Sur. Abanderados por los presidentes del momento, incluyendo Hugo Chávez (1999-2013 Lula (2003-2011) Kirchner (2003-2007), Rafael Correa (2007-2017) y Evo Morales (2006-2019), el llamado socialismo del siglo XXI se propagó por la región tras décadas de dominio político neoliberal bajo el llamado "Consenso de Washington".
El segundo factor fue una época de vacas gordas sin precedentes por la subida histórica de los precios de las materias primas ('commodities').
Los populismos aprovecharon para disparar el gasto público, las ayudas sociales y las obras públicas solidificando la percepción de prosperidad. Pero ya en 2006 muchos advertían que la inyección de dinero extraordinaria debía venir acompañada de ahorro e inversiones con retorno. Aquí está una de las claves de lo que pasa hoy.
La frustración no es solo económica, sino también política, como muestra el caso de Bolivia -y hasta cierto punto el de Chile-. El país andino es de los pocos en la región que pese al 'shock' externo mantuvieron buenos índices económicos, con crecimiento promedio por encima del 4%. Pero el empeño del presidente Morales en aferrarse al poder llevó a un caldo de cultivo de polarización y protesta alentados por su búsqueda de la reelección indefinida.
Morales arrasó en las urnas en tres elecciones presidenciales (2005, 2009 y 2014), así como en el referéndum para la reforma de la Constitución en la que quedó contemplado que un mandatario no podría gobernar más de dos periodos seguidos. Esto habría hecho que Morales no pudiera presentarse a la reelección de 2014, pero una sentencia del Tribunal Constitucional alegó que la reforma constitucional había "refundado Bolivia" como Estado Plurinacional y que eso contemplaba un nuevo orden. Los tribunales dieron vía libre para que Morales se presentara una vez más y, a pesar de las críticas de la oposición, ganó esas elecciones con un 63% de los votos.
Pero Morales no se conformó. Envalentonado por sus holgados resultados en los comicios y el buen momento económico, decidió buscar un nuevo referéndum en 2016 para preguntar al pueblo si le permitía un cuarto mandato, contraviniendo su propia Constitución. Fue su primer revés en las urnas, aunque por una diferencia pequeña (51% en contra, 49% a favor). Pero de nuevo Morales recurrió al Tribunal Constitucional, que acabó fallando a su favor dictaminando que prohibirle presentarse a la reelección “atentaba contra sus derechos políticos” como ciudadano.
Por eso, cuando el pasado 20 de octubre -primera vuelta de las presidenciales- se detuvo el cómputo de votos en la noche electoral, la oposición prendió todas las alarmas. Al día siguiente, el Tribunal Electoral de Bolivia proclamó vencedor a Morales en primera vuelta y sus adversarios cantaron fraude.
La Organización de Estados Americanos (OEA), observadora de los comicios, publicó un informe donde destaca que hubo irregularidades en el cómputo y recomendó repetir las elecciones. Aunque Morales cedió y convocó de nuevo a las urnas con renovadas autoridades electorales, la oposición se negó y pidió su renuncia a la que se fueron sumando grupos de apoyo histórico a Evo Morales, como la Central Obrera. Hasta que llegó el momento clave: los militares le retiraban su apoyo y le “sugirieron” renunciar. Lo hizo en Cochabamba, denunciando un golpe de Estado.
América Latina es la región más desigual del planeta con 4 de cada 10 ciudadanos en pobreza o pobreza extrema, según cifras de la CEPAL. La brecha ha aumentado en los últimos años. Si en 2014 había 46 millones de personas en pobreza extrema, en 2018 la cifra subió hasta 63 millones, más de un 10% de la población. En ese descenso de la calidad de vida está en el origen del malestar y la inacción de los políticos fue la mecha que prendió el polvorín.
El caso de Chile era donde menos se esperaba. El detonante fue la subida del billete de metro. Qué pasó con el país que era visto como el más ordenado institucionalmente y el más exitoso de la región en términos de desarrollo económico?
No hay una respuesta simple, aunque muchas de las razones detrás de la explosión social tienen que ver con la frustración causada por la ausencia de un proyecto social que fuera más allá del simple crecimiento económico y que corrigiera las tensiones e injusticias que se fueron acumulando.
Como han mencionado políticos de distintas posiciones políticas, Chile sigue funcionando bajo un sistema creado para un país que estaba dividido entre ricos y pobres y que resulta disfuncional para el país de clase media en que se ha convertido. Chile parece no haber estado a la altura de ese desafío. Parte de la clase dirigente del país se quedó estancada en una engañosa zona de autocomplacencia y crecientemente desconectados de las ansiedades acumuladas en la ciudadanía.
El gobierno, que ha sido torpe, por decir lo menos, en el manejo comunicacional de estos temas, no ha sido capaz de elaborar propuestas políticas para atender las preocupaciones de la gente.
La oposición, con mayoría parlamentaria, tampoco ha estado a la altura de las circunstancias. Ha seguido una estrategia polarizadora y de crítica cerrada a las iniciativas del gobierno sin proponer alternativas serias y realistas.
El gobierno necesita recuperar el control político y para ello tendrá que renunciar a su visión excesivamente tecnocrática. La oposición también tendrá que poner de su parte y evitar la tentación de hacer leña con el árbol caído para forzar la imposición de soluciones demagógicas que pueden destruir parte de lo construido por ellos mismos desde el regreso a la democracia.
El modelo de desarrollo chileno tiene muchas virtudes, pero necesita correcciones. Un poco menos de tecnocracia, mayor empatía y bastante más de visión de estado puede ser un buen principio. También hay un componente generacional en Chile, donde los movimientos estudiantiles que están saliendo a las calles no están alineados con el Gobierno de Piñera ni con los líderes de la oposición. También hay una clase media fuerte que ve sus aspiraciones bloqueadas. Que pide educación de calidad, acceso a la sanidad y a más servicios públicos. Y ahí está parte del divorcio entre la clase política y la sociedad.
El presidente Sebastián Piñera sacó a los militares a controlar las calles, algo que no pasaba desde los tiempos del dictador Augusto Pinochet, para finalmente ceder, y pedir perdón anunciando un paquete de medidas sociales donde se contempla el aumento de las pensiones y cambios en el gabinete. Lo último, se ha convocado una Asamblea Nacional Constituyente para hacer una nueva Carta Magna para sustituir a la actual que data de los tiempos de la dictadura.
Poco proclives a dar escenarios a futuro, los expertos sí avisan que quien esté hoy en el poder en América Latina, está en problemas. Sin importar su color político o sus planes. Los ciudadanos piden que se cumplan promesas electorales, se cubran aspiraciones y se termine con un problema estructural casi tan viejo como la propia región. Algo que el poeta chileno Nicanor Parra plasmó sencillo en tres líneas:“Hay dos panes. Usted se come dos. Yo ninguno. Consumo promedio: un pan por persona”.