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Viernes, 22 noviembre 2024
Argentina
27 de junio de 2020
COVID-19

Cien días de cuarentena

​​​​​​​Las miradas de los consultores Julio Burdman, Jorge Giacobbe, Mariel Fornoni y Carlos Fara de las consecuencias sociales y políticas del aislamiento social, que hoy cumple cien días y se extenderá al menos hasta el 17 de julio. En medio de la angustia social se comienza a sentir un aroma electoral.

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Por Julio Burdman
Director de Observatorio Electoral
 
ESTIGMAS SOCIALES Y ECONÓMICOS DEL VIRUS

Cien días de cuarentena

Las enfermedades son célebres causales de estigmas sociales, y eso se aplica especialmente a las transmisibles por virus o bacterias. Ocurre que estos microagentes biológicos ingresan en nuestros cuerpos bajo determinadas condiciones sociales, y al infectado, que sufre sus efectos malignos, para colmo suele caerle encima el peso social del contexto que facilitó su contagio. En cambio, enfermedades no transmisibles como el cáncer, el Parkinson o la diabetes, terribles de por sí, al menos no vienen acompañadas por la culpa y el remordimiento social. Los virus son tan estigmatizantes, que es muy frecuente que sus portadores no se animen a reconocerlo. Un caso bien típico de ello fue el HIV-SIDA, al principio era denominada "peste rosa" por los medios y la opinión pública. Todas las enfermedades de transmisión predominantemente sexual vienen con una carga pesada. Y las de la pobreza no se quedan atrás. Nadie se anima a contar alegremente que tuvo dengue, aunque cuando hoy tengamos una gran propagación del mosquito de puntitos blancos en los barrios porteños de clase media-alta. O mal de Chagas, pese a que varios estancieros fueron picados por la vinchuca. En cambio, una buena malaria pescada en un safari fotográfico en el Río Amazonas es una anécdota casi atrapante. Las dinámicas de la estigmatización son predecibles, pero no menos fascinantes.

La COVID-19 trae también sus significados desagradables. Los adultos mayores de 70 años, clasificados en forma algo alarmante como "grupo de riesgo" -no aclarando que hay muchos mayores de 70 años que gozan de excelente salud- y obligados a confinarse más que el resto de los porteños y conurbanenses, sufren bastante la etiqueta, que potencia los malestares de la cuarentena. Pero esa no es la única desgracia que se cierne sobre los enfermos del coronavirus. En su primera versión, se culpabilizó a los viajeros al exterior del tramo final del verano de importar el virus: se los tildó de "irresponsables" -como si en febrero y la primera quincena de marzo hubiera habido una conciencia extendida sobre lo que venía- y se habló de una "enfermedad cheta". Y ahora, con idéntica lógica estigmatizante, se instala en el público la idea de que el virus es un problema de las villas del conurbano. Según esta nueva imagen, los contagiados son aquellos incapaces de mantener una distancia social mínima, y quienes no pueden higienizarse a sí mismos o a los alimentos que consumen. Los que necesitan salir a la calle a ganarse el pan de cada día.

El impacto del contagio crea nuevas diferencias entre productores de su propia riqueza, y los dependientes de la ayuda estatal. Entre las empresas que reciben el ATP para pagar los salarios de sus empleados se crea una nueva jerarquía: están aquellas que pueden subsistir, y aquellas a las que ni el subsidio estatal les alcanza para mantenerse a flote. Lo mismo sucede con los que se anotan para recibir el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE). Esta ayuda del Estado no se parece a las anteriores, dirigidas a quienes se quedaron sin empleo o en la pobreza por las inclemencias de la economía. Quedarte sin trabajo “por la situación económica” -la principal explicación de la pérdida- es una justificación comprensible para todo el mundo. Ahora, en cambio, los más afectados son los no indispensables.

Lamentablemente, la COVID-19 establece una complicada distinción (en todos los países, cabe aclarar) entre trabajadores esenciales y no esenciales, que pega sobre la dignidad de estos últimos. Los esenciales no son solo los heroicos trabajadores de la salud, que hasta hace poco recibían los aplausos de la clase media porteña cuando el reloj daba las 21 hs., ni los laboriosos científicos que desarrollan nuevos “kits” para paliar la epidemia: son también los productores y distribuidores de alimentos, los que nos transportan, vigilan, abastecen de productos sanitarios, comunican. Una enorme cantidad de actividades “no esenciales” quedan a un costado, dejándonos la impresión de que poseen una utilidad menor. Porque tanto el Estado como el mercado pasó a considerarlas así.

Todas estas divisiones que nos deja este virus invasivo y penetrante, con sus promesas de contagio rápido y certero, las vemos en la vida diaria y en las geografías. Hay barrios de riesgo y zonas limpias, la pobreza se vuelve un problema de malos hábitos, los trabajadores más necesarios con permisos de circulación; el geriátrico como símbolo recipiendario de todo lo problemático de nuestra sociedad. Países (sociedades) y sistemas mejores que otros. En suma, estamos ante una pandemia que crea y reproduce divisiones sociales, etarias, económicas y geográficas de todo tipo, que solo la eliminación total del virus, o su circulación irrestricta, virus podrían resolver, al menos en apariencia. Mientras tanto, hay que trabajar y con eficacia rápido para estos nuevos efectos discriminatorios de una pandemia que nos pega por todos lados.
 
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Por Jorge Giacobbe 
Director de Giacobbe y Asociados
 
EL COVID-19 DESTRUYE MÁS DE LO QUE INFECTA

Cien días de cuarentena

La mayor parte de los argentinos estamos asintomáticos de Covid-19, pero un porcentaje exhibe síntomas de elecciones. Luego de un valorado y atípico periodo de consenso nacional, las partes vuelven a lanzarse dardos y calentar el clima.

Desde el oficialismo, todos trabajan en la idea de la pesada herencia como respuesta a cualquier pregunta. Cada hemisferio de este esquizo-peronismo lo hace a su estilo, pero la estrategia es la misma.

Desde la oposición, ya huelen sangre. El impacto económico descompone el clima social y lo convierte en tensión y crispación, generando el clásico " aroma a castigo" que desde hace décadas define las elecciones argentinas. Los errores estratégicos y de estilo del gobierno ayudan a compactar al 40% de votantes antikirchneristas, antiperonistas y antipopulistas que luce desorientado sin presencia de sus representantes, y confundido por un Alberto híbrido en términos de identidad.

A medida que Alberto Fernández define su identidad hacia el kirchnerismo, se acerca al 38% fiel a Cristina que lo celebra y defiende, pero que nunca será propio. Y se aleja un paso del 10% que lo votó para castigar a Macri, aún sin amar a Cristina. Obvio, se pone directamente enfrente del 40% antiK retratado anteriormente anteriormente.

Quedará por ver cómo deconstruyen la realidad y las promesas el 12% restante que muchas veces se fuga de la pelea principal buscando terceras opciones, al cual todos querrán echar mano.

La imagen positiva personal del presidente continúa bajando (-1%) pero la caída se va moderando. Recordemos que luego de crecer 30% al principio de la pandemia, cayó primero 8%, luego 7%, más tarde 5%, 2% y ahora 1%. Ya perdió entonces 23% de los 30% conseguidos.

El dato relevante se encuentra ahora en la evolución de su imagen negativa: creció 6% ascendiendo a 37.6%. A medida que Alberto adopta rostro kirchnerista se aleja de todos aquellos que “querían ver” en él rasgos exclusivamente peronistas.
En el mismo campamento, Cristina se encuentra absolutamente estable, mientras que Axel Kicillof también creció en imagen negativa (+3%). 

Cien días de cuarentena
Cien días de cuarentena

En la otra esquina del ring, Macri también se encuentra estable, con números muy pobres y alta imagen negativa. Horacio Rodríguez Larreta perdió 4 puntos de positiva que pasaron directamente a su negativa.

En términos de evaluación de gestión frente al Coronavirus, todos perdieron. La discusión enfocada en la Ciudad de Buenos Aires hace retroceder a Rodríguez Larreta unos siete puntos, mientras que Alberto en nación y Axel en Provincia retroceden 4%.

El nivel de confianza en la gestión general del país también cayó en su evaluación promedio (de 6.63 a 6.50). El proceso de desgaste es igual al sufrido por todos los gobiernos anteriores, perdiendo opiniones que califican con nota 10, y sumando calificantes con nota 1. Nunca transitan las evaluaciones por niveles intermedios.

A veces, en Argentina, las cosas no son lo que parecen ser. El principal problema del país, según los encuestados, no es el Coronavirus (tercer lugar). Antes se ubican la economía y la corrupción. Es un buen dato para entender que, si bien la angustia crece naturalmente porque la situación es apremiante, los ofendidos crecen porque el gobierno no resulta empático con el orden de prioridades de una parte de la población.

El temor al Covid-19 apenas ha bajado 2%, y la idea de extender la cuarentena avanza hacia la polarización, dado que crecieron 3% las posiciones extremas (adhesión y rechazo). 
Muchos de los ejes del debate actual resultan un cliché forjado en la grieta que domina la política argentina hace casi dos décadas. En este caso hemos estudiado dos supuestos: que el gobierno miente respecto de la cantidad de muertos, y que está enamorado de la cuarentena como forma de control social.

35.4% cree que el Gobierno miente en la cifra informada de muertos por Covid19, contra 38.5% que cree que dice la verdad. Entre quienes se definen Pro y radicales, la hipótesis de la mentira supera el 60%, mientras que entre kirchneristas y peronistas la hipótesis de la verdad resulta cercana al 70%.

Exactamente lo mismo sucede frente a la idea del amor por la cuarentena. 45.2% cree que el gobierno está enamorado de ella, principalmente opositores, mientras que 43.9% no lo cree, básicamente oficialistas.

Los dedos en el enchufe

Luego de la discusión por la liberación de los presos, el gobierno dispara la idea de la intervención y expropiación de Vicentin, metiendo nuevamente los dedos en el enchufe. Con los presos tuvo al 90% de la población en contra. En la segunda, las opiniones iniciales están más repartidas, pero también es contraproducente.

Los números indican que el 47% de la población (en caso supuesto de ser diputado) votaría en contra de intervenir y expropiar, principalmente los que se identifican como opositores, pero también aquellos que se declaran apolíticos, independientes y apartidarios. Otro 34.2% votaría a favor, número sostenido principalmente por peronistas y en menor medida por kirchneristas. He aquí el corazón de adherentes de la alianza gobernante. Por último, el 17.5% se abstendría de votar respecto de Vicentin, pero hay que tener cuidado, porque no se abstendrán de votar realmente en las elecciones venideras.

Frente a este tipo decisiones, el 39.9% de los consultados creen que Cristina tiene más poder que Alberto (37.7) en la toma de decisiones. En este sentido es interesante observar que opositores e independientes creen que domina la vicepresidenta, mientras que peronistas y kirchneristas creen que domina el presidente.

Hacia las elecciones 

Frente a la idea de las próximas elecciones legislativas, el 37.3% quiere que el Frente de Todos gane las elecciones, mientras que el 42.9% quiere que las pierda. Veremos cuántos productos ponen en la góndola cada una de estas posiciones para concentrar o atomizar los votos. El 18.9% al que le da lo mismo, será definitorio.
Pero lo cierto es que las dos posiciones se están consolidando simbólicamente. Terminará la pandemia en algún momento, y quedará un porcentaje de pobreza y crisis económica que aumentará la tensión social. El gobierno no tendrá herramientas suficientes como para calmar todas las angustias y la oposición, de no reformularse, no tendrá más idea que quejarse.

Cien días de cuarentena

Nuevamente crispados, agotados y sin posibilidad de asistir a una discusión sobre el mañana, los argentinos vamos entrando en otro clima electoral. Lo haremos con los argumentos de siempre, carentes de originalidad, y con nuestros malos modos de intercambiar ideas.
Mientras tanto crece “la negativa” en muchos sentidos. La imagen negativa de los políticos, las discusiones negativas, las formas negativas de intercambiar ideas, la animosidad y las expectativas. 
 
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Por Mariel Fornoni
Directora de Management and Fit
 
LA VALORACIÓN PRESIDENCIAL

Cien días de cuarentena

El cielo aparece plomizo. El liderazgo que había visto crecer Alberto Fernández, consolidando a los seguidores de Cristina Fernández, pero también cautivando a votantes de Lavagna, Macri y otros espacios a partir de su primer accionar en el comienzo de la pandemia, comienza a perder adeptos. Perdió casi 8 puntos en aprobación de gestión y la valoración positiva hacia la cuarentena retrocedió de 92% de aprobación a 62%. El optimismo político y económico preocupa también con su caída.

Cien días de cuarentena

La pérdida de liderazgo del jefe del Ejecutivo es concomitante con la casi ausencia del resto de los poderes y con una oposición subvertida que aún no encuentra su lugar. Rodríguez Larreta emerge como referente desde el Ejecutivo de un distrito fuerte y hace malabares para coordinar con Kicillof la gestión del AMBA desde las claras diferencias políticas y de gestión.

Pero en este ambiente ya de por si tormentoso aparece, como diría Peter Pan, el polvo de duendes (” todo lo que se necesita es fe, confianza y polvo de duendes”). Y los duendes trajeron el primer anuncio de una expropiación, luego llamada intervención, sobre la empresa Vicentín que puso de manifiesto el avance del Estado sobre la propiedad privada y que generó revuelo y desagrado en muchos sectores. En nuestros estudios, un 58% de los encuestados manifestó que este procedimiento podría repetirse en otras empresas, aunque el Jefe de Gabinete, no dudó en aclarar que no serían todas.

Cien días de cuarentena
La coalición de gobierno deberá usar sus encantos y sus diferencias para convencer a los diputados de otros interbloques si la intervención termina en el Congreso. Esto nos lleva a pensar irremediablemente hacia adelante porque las elecciones del año próximo definirán el quórum de ambas Cámaras durante los últimos dos años del período iniciado por Alberto Fernández en 2019. En nuestras proyecciones, si se obtuvieran resultados electorales similares a los del 2019, el Frente de Todos podría tener quórum propio también en Diputados.

Si bien en este contexto de cuarentena y recesión no parece haber espacio para hablar de las elecciones 2021, recordemos que en 2009 cuando faltaban aun siete meses y medio para la fecha de la elección, la actual vicepresidente Cristina Fernández decidió anticiparla de octubre al mes de junio. La situación hacia fines de 2008 tenía cierta similitud con el escenario que puede dejar la pandemia: crisis económica, crisis social en grandes centros urbanos, conflicto con el campo y pérdida de liderazgo. “Sería casi suicida embarcar a la sociedad en una discusión permanente. No reniego de la contienda electoral. Pero lo cierto es que los argentinos no podemos tener una serie de elecciones de acá a octubre, teniendo en cuenta la crisis”, decía CFK allá por marzo de 2008. No siempre la historia se repite, pero cuando los personajes son los mismos puede haber precedentes.
 
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Por Carlos Fara 
Titular de Carlos Fara & Asociados
 
DE PANTANO EN PANTANO

Cien días de cuarentena

Los estrategas de guerra aconsejan no transitar por terrenos pantanosos, mucho más si encima hay que desplegar armamento pesado. Con una buena inteligencia es sencillo tener la información para no caer en esos errores. Sin embargo, hasta las propias tropas napoleónicas se complicaron en Waterloo. Si se traslada este análisis a la política contemporánea, se debe advertir que no es tan fácil concluir si el terreno es o no pantanoso, ya que la evaluación de los intangibles –como la opinión pública- es mucho más compleja que poseer un mapa del terreno y advertir si el clima atmosférico será desfavorable.

El gobierno de Alberto está transitando de pantano en pantano. El clima atmosférico no ayuda –pandemia, crisis económica mundial, decaimiento del interés en explotar recursos naturales como Vaca Muerta- y a eso se agregan manejos polémicos en temas sensibles –renegociación de deuda, extensión de la cuarentena, sobredosis de déficit fiscal, Vicentín, reforma judicial, entre otros.

Tarde o temprano todos los gobiernos transitan pantanos. Eso no es nada llamativo. El punto es: los pantanos que se pueden evitar, los pantanos generados por propia impericia, qué se hace en tránsitos inevitables por pantanos, y el estado de ánimo de las tropas cuando descubren tarde que están en un pantano.

 Al final lo importante es el balance. Solo un iluso puede imaginar ganar todas las batallas de una guerra. Ni siquiera hace falta ganar todas las batallas, pero es imprescindible ganar las cruciales, aquellas que definirán el rumbo de una guerra.

Como la nueva administración recién va camino a los 7 meses de vida, y encima le cayó la peor crisis en 100 años de historia mundial, hacer un balance es totalmente prematuro. Alfonsín arrancó bien con la agenda democrática pero mal con la economía, que empezó a encontrarle la vuelta al año y medio de asumir. Menem estaba en estado depresivo, hasta que a los 21 meses se encontró con la convertibilidad. Los Kirchner se iban del poder después del voto “no positivo” de Cobos. Macri tuvo un profundo desgaste el primer año por la aplicación de los ajustes tarifarios, pero ganó la elección legislativa de 2017. Moraleja: esto recién empieza y puede tener muchas vueltas.

Como la planteamos en la columna de la semana pasada (“Maquiavelo en el siglo XXI”), no queda claro si:

1.- Alberto tiene coincidencias ideológicas profundas con Cristina (en cuyo caso no habría un “quién manda”, sino un debate sobre el cómo se hacen las cosas),
2.- las tiene pero cree que en esta etapa deben primar otras ideas y métodos,
3.- no las tiene, y la negociación fue “como hay que hacer otra cosa y yo no voy poner la cara para un giro al centro, encará vos esta etapa y a cambio yo me libro de los problemas judiciales”, o
4.- Alberto creyó que tenía libertad para maniobrar en lo que importaba mientras CFK se quedaba con las áreas de satisfacción simbólica, pero a medida que va pasando el tiempo cae en la cuenta que Ella siempre va por todo.

 Así cómo esta pregunta no va a quedar respondida sino en el mediano plazo, también genera varios interrogantes el manejo del “Vicentíngate” (risueñamente), a saber:

•    Cuando el presidente optó por una intervención de 60 días ¿pensó que en ese lapso se resolvía el trámite parlamentario de la expropiación? Alguien podría decir que en el día 59 lo extendía por otros 60 más, y así sucesivamente.
•    Si la expropiación era inamovible, ¿por qué aceptó raudamente la propuesta Perotti? ¿por qué el ministro Guzmán acaba de decir que el gobierno está abierto a otras opciones?
•    ¿Ni el gobierno nacional, ni el provincial estaban al tanto de las elucubraciones jurídicas del juez que tramita el concurso preventivo?
•    Al gobierno de Alberto ¿le importa la reacción social por el tema o le da lo mismo? ¿la previó?
•    ¿Cuánto tiempo piensa ahora que le va a llevar resolver el problema de Vicentín?
•    ¿O quizá Alberto dejó correr el tema sabiendo que se iba a empantanar sí o sí, pero no quería entrar en una confrontación prematura con el ala cristinista? (dirá como coartada: “Pero si Anabel me lo pidió y yo le hice caso”)
•    ¿Por qué el gremio bancario no dijo nada sobre un tema fuerte donde pueden estar involucrados gerentes de línea del Banco Nación?
•    ¿Por qué el gobernador Capitanich no dijo nada sobre la expropiación?

Demasiados interrogantes que solo dicen que la trama es bastante más compleja que la que aparece en la superficie. Y que por actuar con premura el lunes 8 de junio se desataron varios puntos de conflicto que el gobierno no necesitaba cuando debe pedirle a un tercio del electorado que vuelve a fase 1 por la curva de contagios.
Cualquiera se puede empantanar alguna vez. Pero para que no lo caractericen como “empantanado” se debe demostrar que al menos se puede dar un paso delante de vez en cuando.
(Publicado en 7 miradas)

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