Mario Riorda: “Hoy en Argentina no hay institucionalización del diálogo”
El polítólogo Mario Riorda junto a la psiquiatra y psicología Médica Silvia Bentolila publicaron: "Cualquiera tiene un plan hasta que te pegan en la cara”, un libro que se centra en la posibilidad de aprender de las crisis.
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El polítólogo Mario Riorda junto a la psiquiatra y psicología Médica Silvia Bentolila publicaron: "Cualquiera tiene un plan hasta que te pegan en la cara”, un libro que se centra en la posibilidad de aprender de las crisis.
En diálogo con La Tecla, Riorda habló sobre el puntapié de este trabajo en conjunto, como también los distintos factores de la actual coyuntura sanitaria y política en medio de la pandemia. Su visión de la política argentina y el manejo de la crisis tras la llegada del Covid-19.
-¿Cómo surgió "Cualquiera tiene un plan hasta que te pegan en la cara"?
-Hace tres años veo una entrevista a la psiquiatra Silvia Bentolila, que es especialista en situaciones de desastres, emergencia y estrés colectivo. Justo estaba dando la materia que Comunicación en Crisis y la busco en internet, porque no la conocía, consigo su mail y la invito a escribir un libro sin haber charlado nunca en la vida con ella. A las 3 horas, sin conocer quién era yo, me responde que le encantaba la idea, desde ahí nos embarcamos en esta locura que fue un verdadero desafío interdisciplinario, porque ella viene de la medicina, la psiquiatría, el sanitarismo, la psicología y yo vengo de la comunicación, la ciencia política y específicamente la comunicación política centrada en crisis.
Hicimos algo novedoso, donde aprendimos ambos. Salimos de nuestra zona de confort y representa un espejo para mirarse frente a las vulnerabilidades, los procesos traumáticos, los incidentes críticos y qué se pueden aprender de esas experiencias sean sociales, políticas, institucionales, o bien de tipo personales que pueden tener que ver con la muerte de un íntimo, con una enfermedad, un accidente o una quiebra. Técnicamente es un proceso de aprendizaje multidisciplinario, para que, una vez que pasan las crisis no quedemos tan expuestos y a la intemperie.
- En este proceso de crisis hay una palabra significativa que es el Covid, ¿cómo se relaciona con la actual coyuntura?
-Creo que uno de los serios problemas que ha dejado expuesto el Covid es que más allá de una mirada sanitarista y epidemiológica en primer término, son procesos muy poco constructivos en el aporte de otro tipo de ciencias específicamente.
La última experiencia mundial de una pandemia fue la H1N1, la cual generó que la comisión europea pidiera un informe sobre lo que falló en este proceso de gestión. Algunas de esas fallas tenían que ver con la falta de perspectivas amplias para ser gestionadas, en particular las ciencias sociales. Incluso es interesante para analizar lo que viene ahora con los procesos de vacunación, donde se dieron verdaderos puntos de colapso desde el punto de vista de la gestión, la logística, la falta de la mirada profesional y mucho más de la perspectiva comunicacional en procesos que generan altísimos nivel de expectativa, pero son tan universales en la cantidad de beneficiarios.
La mirada interdisciplinaria es uno de los grandes desafíos de este proceso. Además, otro de los fenómenos fue no haber comprendido lo que significan las políticas de riesgo que son técnicamente procesos de construcción social que implican una asimilación cultural para que la sociedad entienda y actúe en consecuencia modificando hábitos o conductas cuando se sienta amenazada frente a vulnerabilidades, peligros o amenazas.
El riesgo en el mediano o largo plazo debe constituirse en un política pública, debe tener una estructura normativa, debe propender a garantizar recursos, pero básicamente tiene una triple condición y es que debe ser co-diseñado, cogestionado y con responsabilidad de la ciudadanía que en parte va a ser la que va a vivir en ese riesgo; esto es lo que falta y por eso toda política de riesgo se siente como una imposición que agobia, mucho más como una cuarentena tan larga, con confinamiento, en vez de sentirse como una necesidad para preservar la vida.
-¿Cómo ha visto la reacción del oficialismo y la oposición de nuestro país en este proceso de crisis que comenzó en el mes de marzo?
-Creo que fue dispar según el tiempo. En primer término, me parece que el oficialismo argentino actuó bien, logrando consensos políticos, consensos técnicos y mucho apoyo ciudadano cercano a la unanimidad. A partir de eso, el gobierno se equivocó y en vez de centrarse en la gestión del riesgo, la cual implica la concientización, la construcción social y la modificación de hábitos o conductas, se relajó y se dedicó a gestionar una crisis que implicaba tener certezas al domar un monstruo que nadie domaba y de alguna manera se auto-celebró.
El presidente, en diversas entrevistas mostró un nivel de manejo de la pandemia a nivel internacional, hasta que la realidad comenzó a golpear bastante más duro. Incluso, se inicia el acto de Vicentín que fue el quiebre, literalmente, del apoyo masivo de la gestión pandémica y a partir de eso se agrieta la sociedad. Por lo tanto, el gobierno perdió muchísimas chances en términos de efectividad de la gestión.
También es interesante, más allá de lo legítimo que haya sido, la postura de la oposición. Tienen una corresponsabilidad de la mala gestión por haber sido, de alguna u otra manera, quien estimuló conductas anticuarentena, antiriesgo, incluso muchísimas veces avalando explícitamente o implícitamente, posturas negacionistas, anticiencia o posturas antidemocráticas como se vieron en el último banderazo. Por eso creo que hay una corresponsabilidad del gobierno, de la oposición y de la ciudadanía, que en términos de riesgo fue víctima de uno de los peores procesos que tienen estas gestiones y es el sesgo de confirmación, que es cuando uno empieza a mirar la gestión del riesgo a través de la lupa ideológica previa con el cual juzgaba o rechazaba al liderazgo de turno.
En norteamérica era evidente que la población blanca y evangélica del interior era la menos propensa al riesgo. Acá en argentina pasaba algo parecido con el votante del Macri. Ahora con las vacunas hay tres veces menos chances si votaste a Mauricio Macri de aceptar la vacuna rusa y tres veces más chances si se votó a Alberto Fernández, claramente eso representa lo que se llama sesgo de confirmación y vuelvo a insistir que se rompe la trasversalisdad de una conducta, de una construcción social del riesgo y cuando las partes la activan en un proceso que Argentina llamamos grieta es algo muy dañino para esta política pública.
-¿Cómo está viendo el día después desde lo político y sanitario si se tiene en cuenta que 2021 será un año de elecciones?
-Los años electorales son devastadores para la cultura del riesgo. La sociedad se parte y eso se hace más violento y explícito. Como ejemplo y quizás sea extremo la característica de liderazgo de Donald Trump y lo que el modelo norteamericano representa, donde hay un diálogo de sordos, donde el otro existe para ser humillado, ser descalificado y no necesariamente para ser una contraparte en el diálogo. Esto es muy preocupante y desde la perspectiva sanitaria me cuidaría de hablar de pospandemia, aún con la vacuna, no solamente porque estos procesos por sus características de universalización de beneficiarios son absolutamente lentos.
También hay que ver si esto del coronavirus no se queda definitivamente y tendremos que acostumbrarnos literalmente a procesos híbridos donde la vuelta a la normalidad será un idealismo que nos quedó como un ejercicio de irresponsabilidad o mala praxis temprana.
Tampoco, no hay que olvidar que gobiernos como el nuestro tenía el eslogan "Argentina Unida" y hablaban con un lenguaje bélico de derrota. También las empresas utilizaron frases como "vamos a salir mejores" cada uno vendiendo su producto de turno y nada de eso sucedió. Hay que ser muy cuidadoso, porque la experiencia internacional respecto a instituciones políticas o procesos sociales, enseña que se aprende muy poco y por eso está el objetivo del libro, que es demostrar en qué tipo de cosas se puede aprender. Particularmente algunas experiencias de crisis europeas, demuestran que la institucionalización del diálogo son pasos necesarios para producir acuerdos y hoy en Argentina no hay institucionalización del diálogo, es voluntarista. Lo mismo pasa a título personal, con la cantidad de cosas que hacemos sin ponernos a pensar si están bien o mal. El libro trata de aportar pistas desde dónde encarar procesos para entender el pasado, rescatar lo bueno y desechar lo malo; y no diferenciarse porque fue traumático.
-¿La sociedad argentina está receptiva a estas cuestiones?
-Muy poco, porque la sociedad argentina forma parte de la cultura política y hay una especie de relación mutua entre dirigencia y ciudadanía.
Muchas veces, la dirigencia representa lo que el sentir ciudadano está pensando y muchas veces la ciudadanía adopta parámetros que la propia dirigencia establece. Volviendo al ejemplo de Donald Trump, era políticamente incorrecto, plantear en la norteamérica de hace 30 años a la fecha cuestiones que tenían que ver con el racismo, con la xenofobia, con la misoginia y no porque nadie pensara así, sino porque básicamente había acuerdos institucionales que con la llegada de Trump se rompieron. En la cultura política se han desatado ciertos tapones y ya no existe más lo políticamente correcto. Cuando se analizan nuevas ofertas de la política, los niveles de radicalización o las dinámicas antisistema que existe, es muy preocupante que el diálogo pueda encauzarse de un día para el otro. Esto no significa que los pasos no deban darse y lo más interesante es no querer darlos todo de golpe, sino ser relativamente incrementalista, que en lo futbolístico es el paso a paso, que es producir consensos menores que habiliten otros mayores y no chocar, porque un fracaso de eso deja niveles de frustración muy altos.
-¿Cómo está viendo la comunicación política y como cree que se va a modificar de aquí en adelante?
-El contacto ha sido menguado. Las campañas al igual que parte de la vida, por lo menos en un mediano plazo, van a estar circunscriptas a dinámicas híbridas, donde se va a combinar lo convencional con ciertas relaciones digitales o a la distancia. Sin embargo, nada de eso le va a quitar contenido a una etapa, donde la comunicación es una comunicación sin filtro, mucho más explícita, una comunicación que literalmente es mucho más simple, con muchos elementos sostenidos desde lo que se llama lo precientífico o lo dogmático, incluyendo los prejuicios.
La comunicación en general y la política en particular es más simple. No está atada a ideas y argumentos, sino que está circunscripta a hechos o personas. Son batallas de la vergüenza, porque se trata de descalificar a quien piensa distinto y hay una especie de pensamientos tribales, donde uno trata de lograr cobijo, resguardo y hasta el aplauso de la tribu que sostiene mí mismo núcleo de intereses, sin importar las normas del consenso público. Por eso hay tantos desafíos a las normas, a las tradiciones y la institucionalidad, porque tiene que ver con potenciar o buscar el aplauso o la celebración de mi tribu antes que un consenso general.
Estamos en un clima de época distinto, con elementos altamente impredecibles y el ejemplo está en Perú, que es un país que desde el punto de vista político tiene todo malo, muy poco rescatable por diversos factores. Frente a una sociedad apática, la respuesta se dio a través de la juventud, entre la adolescencia y curiosamente motivida en las redes sociales mucho más en Tik Tok, donde se dice que es una rareza, pero el primer acto boicoteado a Donal Trump en Oklahoma lo hicieron los ´sumers´ que son una generación digital entre 20 a 25 años y principalmente los que motivaron esa movida fueron los K-Popers, básicamente porque el presidente Trump se había mofado de la película coreana ´Parásito´, entonces son fenómenos interesantes, porque hay un grupo que está demostrando nuevas formas en activismo comprometido. Estos son grupos generacionales con mucha diversidad, incluyendo la étnica, pero con causas muy potentes, que en este caso tuvo que ver con defender la democracia, poner un límite constitucional, pero que también trabajan en señalar las compras éticas, es decir trabajar con las empresas que no tiene protocolos ambientales o de género.
Son dinámicas interesantes y en una época con un alto nivel de susceptibilidad, las palabras dominantes en estudios cualitativos y que veo en América Latina, son desesperanza, incertidumbre, miedo, agobio, están motorizando niveles de descontento que no son únicos. Acá no se articulan fenómenos como los que pasó en Perú, pero muchas veces adquieren otra modalidad.