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Lunes, 21 octubre 2024
Argentina
31 de diciembre de 1969
Entrevista

Un humorista en la cartera de Educación

“A través del humor o la educación agraria uno está defendiendo un estilo de vida”, asegura el consagrado humorista y flamante director de Educación Agraria. Uno de sus objetivos es rescatar “la cultura chacarera”.

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“Uno es un comunicador. En las dos actividades comunico un estilo de vida, un fuerte compromiso con el interior de la Provincia, con el habitante del paisaje rural. A través del humor o a través de la educación agraria uno está defendiendo un estilo de vida”, dice el reconocido humorista bonaerense Ricardo El Gato Peters, que desde hace un año, bajo el ala del ministro Oporto, ocupa el cargo de Director de Educación Agraria de la provincia de Buenos Aires. El Gato es un tipo bien bonaerense. Nació en Carhué, hizo la secundaria en las escuelas agrarias de Rivera y Coronel Vidal, se recibió de veterinario en La Plata y luego se radicó en Las Flores, donde formó su familia y estuvo al frente de la Escuela Agraria. También, junto a un amigo, instaló una veterinaria. En un cuento asegura que el día de la inauguración, mientras esperaban a los administradores de las grandes estancias dedicadas a la ganadería, se apareció una vecina con una tortuga a la que le lloraba un ojo. “Ahora, en los finales de mi carrera, porque estoy a punto de jubilarme, poder ser el primer director de Agraria me colma de satisfacción, en lo emotivo y en los afectos”, cuenta.

-¿Cómo tomás esto de ser funcionario provincial?

-Tengo una carrera en este pequeño subsistema de la educación. Soy egresado de una escuela agraria, después fui técnico, luego veterinario, docente, director de la escuela agraria de Las Flores y, durante la gestión Solá, subdirector

de educación técnica profesional. Tengo muy en claro que lo de uno no es fundacional, las escuelas estaban de antes y van a seguir estando después. Igual que los problemas. Pero se viene a estos cargos con una actitud de servicio muy amplia. Yo digo a veces que podemos no tener las mejores ideas, pero lo que no podemos dejar de tener es la mejor actitud. Un problema en una escuela tiene que ser un problema de los equipos nuestros.

-¿Con qué armas contás para encarar la función?

-A través de la ley de Educación Técnico Profesional hay todo un programa de financiamiento, que para nosotros es inédito y que viene permitiendo equipar a las escuelas de una vieja postergación. Las escuelas remaban como podían sus actualidades muy pobres y dependían mucho de la beneficencia, de las cooperadoras, del entorno, de los productores amigos que le acercaban un espacio. A partir de esto se puede empezar a pensar distinto en la educación técnica; en general, en el país y en la Provincia, y en particular, en la educación agraria.

-¿Qué es lo que cambia en particular?

-Nosotros, hasta ahora, lo único que podíamos homologar era un aula: tiene que tener alumnos, un maestro, bancos y un pizarrón. Pero después decíamos: “La escuela agraria tiene que tener cerdos, tambos”. Y entonces nos preguntaban: “¿Y cómo tiene que ser?”. “Y, cómo puedas armarlo”, era la respuesta. A partir de la ley podemos decir: “Los módulos son así, queremos representar a las producciones familiares, que las escuelas sean un espacio donde se muestra la producción de la zona y las alternativas, que sea un lugar donde se pueda dar acompañamiento a grupos de pequeños productores. La escuela visualizada como un espacio público y la posibilidad de intervenir con una política de estado, como es la educación.

-¿Cómo viviste el conflicto campo-go-bierno desde el lugar que te toca ocupar?

-Fue muy interesante y preocupante a la vez. El 90 por ciento de las escuelas agrarias está en paisaje rural, y casi todas ellas tienen una relación directa con los productores. Han sido sus colaboradores directos, sus hijos o los hijos de sus empleados son alumnos. Pero nosotros transitamos bien por el conflicto. La postura fue ofrecer la escuela como un espacio público de mediación. Nos juntábamos con los productores y con ellos anali-zábamos las posturas, la posibilidad de realizar un nuevo diseño curricular.

-Se puede decir que te sirvió para meterte de lleno en el tema.

-Los humanos tenemos el vicio de pensar que la fiesta empieza cuando uno llega, entonces, vivimos este paso por la gestión como un abanico de oportunidades. Justo tenemos una nueva ley, justo tenemos la ley de Financiación. Entonces, uno se entusiasma. Y esto debe ser así, si no, ¿a qué viene uno? Nosotros tenemos en el equipo la sensación permanente de que hay que transformar las amenazas en oportunidades, y dijimos: “Tenemos lo del paro, salgamos a explicar”. De ninguna manera íbamos a confrontar.

-¿Cómo se logra incorporar ese tipo de posturas?

-Yo tengo una lógica chacarera para andar por la vida. Me crié en la pequeña chacra de mis abuelos, en Carhué. Aprendimos por necesidad, no por designio. Cuando el campo andaba bien, llovía, se podía cosechar y se podía vender un animal gordo; nos compraban zapatos, se cambiaba la camioneta, por ahí íbamos

a pasear, a visitar a algún tío que vivía lejos. Esas chacras, sin saberlo, eran un modelo diversificado de producción de alimentos. ¡Minga con el monocultivo! Ahí tenía que haber cerdos, patos, gansos, huevos, verduras, frutas, porque se vivía de eso. Después fui aprendiendo que los pueblos y el país andan bien cuando el campo anda bien. Vayamos al rescate de la cultura chacarera. Los posmodernos me van a decir: “¿Pero, cómo, y la innovación, y todo eso?”. Yo tengo derecho a tener algunas reticencias en esto porque, en nombre de la economía de escala y la eficiencia, antes de ayer, nomás, me mandaron a lugares de los que cuesta mucho volver. Innovadores eran aquellos viejos, también, ¡eh! Vaya si eran innovadores que se sobreponían a cualquier inclemencia, que hicieron un país. El modelo que buscamos en las escuelas es ése. Y ahora lo podemos encontrar más fácil y con un poquito más de autoridad, aprovechando el respaldo que tenemos de la provincia de Buenos Aires.

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