24 de marzo de 2011
BIPARTIDISMO NACIONAL
Una épica congelada en el tiempo
El choque entre radicales y peronistas orgánicos hoy sabe a una puja de partidos transversales. La mutación política en el ojo de los militantes de siempre y de los pensadores actuales
Ortodoxos, puros. Personalistas y antipersonalistas. Yrigoyenistas y peronistas. La profusa historia argentina engendró siempre el histórico enfrentamiento entre los dos partidos tradicionales que supieron polarizar los escenarios, con diversos apellidos pero con las mismas banderas.
Los radicales y los justicialistas han sabido urdir período tras período verdaderas cruzadas, tirando sobre la mesa el bipartidismo nacional de pura cepa, más allá de ciertos matices que jugaron su parada para bajarle algunos tonos al paladar político imperante.
El transcurrir temporal fue progresivamente desarmando ese castillo de naipes cimentado con las bases ideológicas de los boina blanca y el peronismo. El estereotipo más típico resultó puesto bajo un delicado tamiz, que permitió capas, niveles, híbridos partidarios, en las entrañas de estos núcleos duros; y al mismo tiempo, liderazgos mixturados pensados primero para traccionar y no para reproducir las viejas insignias de antaño.
Especies que desaparecen
Del último tiempo a esta parte la pulseada les abrió la puerta a varias manos más. El menemismo, el duhaldismo, el Frepaso y la Alianza lograron encastrarse en el carro de los partidos diluidos. El clásico de la política sería ya un presente de estrategias, refuerzos provenientes del bando enemigo y combates no sólo con los rivales de la historia, también con los del propio riñón.
En las huestes justicialistas la dinámica se desplegó en pos de sostener el cetro de poder y retener los sillones de gobierno. De acuerdo al cálculo de necesidades y utilidades, el matrimonio presidencial habilitó dirigentes, fuerzas modernas y hasta listas “pegadas” para favorecer el arrastre electoral, en detrimento de la historia partidaria. Movimientos sociales, sindicatos identificados con la Rosada, progresistas, ortodoxos y sectores juveniles encontraron asidero y flancos para colar sus intereses. Las diagonales se desataron buscando su recta en las líneas de gobierno.
En Provincia, la escenografía bosquejada no comportó una antinomia. El oficialismo, que conduce el distrito más pesado del país por lo que representa demográficamente, encontró en su nido especies de variado tipo: sciolistas, peronistas de manual, transversales, díscolos (justicialistas antikirchneristas) y vecinalistas; todos anidados en su tesitura de pugnar subterráneamente, algunos con el pechazo a la gestión nacional y provincial y otros con el espaldarazo al modelo y el martillo para subastar sus propias acciones.
Por su parte, en los lares de la Unión Cívica Radical la radiografía interna reprodujo la misma osamenta de estos tiempos de armado político. Los orgánicos de antes son los panradicales actuales. Espacios como el GEN, co-bistas, alfonsinistas y socialistas consolidaron el Acuerdo Cívico y Social, hoy denominado Frente Progresista, con el ojo clavado en las elecciones de octubre, que también contará con los sanzistas. La fuerza centenaria debió, al igual que el justicialismo, trocar su militancia originaria y mudar la piel para no desaparecer del mapa político.
Por si fuera poco, una tercera posición parte el binomio político: el Peronismo Federal. Este colectivo de disidentes se declara como PJ puros, aunque algunos se han mostrado ávidos por pedirles pista a los radicales.
Matizado o casi desaparecido, el bipartidismo juega sus cartas con un “paisano de cada pueblo”. Las banderas históricas ya no polarizan con el estereotipo de siempre. La heterogeneidad coyuntural parece gobernar los partidos tradicionales, mientras los cuadros ortodoxos brillan por su ausencia.