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Argentina
16 de septiembre de 2018
POR MARTIN POLLERA (*)

Cuesta abajo en la rodada

En el tango “Cuesta Abajo”, interpretado por Carlos Gardel, el protagonista en decadencia, recuerda un pasado que añora y que ya no es. Si resulta malo el presente, más preocupante es aún nuestro futuro. Tras casi tres años de gestión, y habiéndose consumido casi el 75% de la gestión, la actual administración nacional y provincial de Cambiemos le dejará a su sucesor la peor herencia desde el retorno de la democracia a la fecha.

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Este cuadro de situación se ve agravado cuando, tan sólo 33 meses atrás, Argentina contaba con un escenario económico caracterizado por su bajo endeudamiento y desempleo, con fuerte contención social de los sectores más humildes y una economía en marcha a partir de un mercado interno, dinámico y protegido. La rigurosa administración del comercio y los acuerdos paritarios libres (que permitieron alcanzar los salarios más altos de la región), fueron dos de los principales pilares del proyecto anterior. 

Desde diciembre de 2015 a la fecha se presentaron dos denominadores comunes: 
                    a)    Una mala lectura de la economía recibida derivó en decisiones en sentido inverso al recomendado. Como  en la medicina, nadie que pretende sanarse puede hacerlo si el diagnóstico no resulta acertado.
                    b)    Mucho menos, si al mal diagnóstico se suman acciones inconexas que carecen de la coordinación, articulación e integración necesarias para alcanzar el resultado pretendido. A esta altura, asumir que dichas decisiones de corte neoliberal son parte de un modelo (cualquiera fuere ese) es una forma de subirle artificialmente el precio de la acción a la gestión de turno. Si no bastan con las decisiones inconexas, los resultados obtenidos están a la vista.

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Este 2018 cerrará con una caída de la actividad económica cercana al 3%, una inflación entre el 45 y 50% y un desempleo no menor al 12%. Este panorama preocupante tiene su explicación: se apagaron todos los motores (su consumo interno, su inversión productiva, su gasto público y sus exportaciones) de una economía que, con sus dificultades, había logrado crecer en 2015. Aún restan algo más de tres meses para llegar al 2019; en este contexto cualquier proyección sería ingresar en el análisis del largo plazo. No obstante, tenemos una certeza: no traerá mejores resultados que el año en curso, al contrario. 

Lo que hoy resulta obvio y preocupante, no parecía serlo para muchos dirigentes políticos, sociales, economistas y consultoras que aseguraban, durante los primeros meses de 2018, un futuro de bonanza económica y crecimiento del empleo, sin argumentos sólidos que validen su sesgado optimismo. La economía y el marketing político y mediático no suelen ir  de la mano; por el contrario, diríamos que los esfuerzos comunicacionales se profundizan cuando la economía comienza a mostrar señales de debilidad. 

En los primeros ocho meses del año, la revalorización del dólar frente a la moneda nacional fue del 115%, la tasa de interés ascendió al 60%, y la inflación alcanzó en dicho período prácticamente los mismos valores que durante todo el año pasado (24,3% acumulado a agosto 2018 vs. 24,8% en 2017); todo eso con un Banco Central debilitado que además de perder más de 30 mil millones de reservas internacionales, profundizó la corrida cambiaria por su pésima administración y generó consecuentemente estragos para la economía real, desalentando el consumo y la inversión.  

Frente a estos resultados, la crisis resulta innegable y guarda varios puntos en común con otros momentos de nuestra historia. Sin embargo, desde lo estrictamente económico, las crisis pueden ser “hermanas (podrán resultar parecidas) pero no mellizas (nunca son iguales)”. Desde Alfonsín a esta parte, ninguna de las crisis anteriores logró conjugar simultáneamente inflación, desempleo y endeudamiento en crecimiento; tres elementos necesarios y suficientes para crear un combo explosivo que derive en una crisis aún mayor.
 
Al igual que en la economía, desde lo político no se le puede exigir aportes a quienes no los pueden realizar o bien que no están en condiciones de hacerlo. La resolución de esta crisis política, institucional, económica y social; anunciada y autoinflingida no podrá quedar en manos justamente de quienes la forjaron. 

Hasta diciembre de 2019 no habrá posibilidades para comenzar a avizorar un camino estable de recuperación. Hasta entonces, enfrentaremos una economía más inestable, vulnerable, dependiente, en recesión y con un pueblo que, además de empobrecido y endeudado, va quedando subordinado a las disposiciones de ajuste del FMI.  A juzgar por los resultados que nos provee nuestra propia historia, nunca el ajuste terminó en crecimiento, mucho menos en desarrollo. 

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Christine Lagarde, directora del Fondo Monetario Internacional

El nuevo gobierno deberá lidiar con las exigencias de un FMI en el marco de un acuerdo que nunca aceptó ni validó políticamente, pero que está vigente. Asimismo, será tarea de la nueva administración la recuperación del rol estratégico del Estado, que trascienda su función de regulador y asuma nuevas responsabilidades como productor y emprendedor conforme a los tiempos que transitamos. 

Como dijo Carlos Matus, economista chileno y gran protagonista en la reconstrucción de Salvador Allende, “planifica quien gobierna”. Un país con precios dolarizados y salarios pesificados, con regiones sin capacidades productivas para generar empleo, y alto nivel de endeudamiento, requerirá de un plan estratégico productivo que promueva las capacidades endógenas para generar un desarrollo sostenido, con el consenso de todos los sectores, pero fundamentalmente de los más rezagados.    

(*) Integrante de la mesa económica del PJ Bonarense, Secretario de Industria y Desarrollo Productivo de Florencio Varela.

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