Nadie se rinde y el fuego cruzado es con artillería cada vez más pesada
El nivel de beligerancia entre el albertismo y el kirchnerismo escala a medida que aparecen declaraciones desde la Casa Rosada que reafirman a Guzmán y el plan económico, mientras los K quieren que vuelen cabezas cercanas al Presidente. Se espera lo que diga Cristina y el índice de inflación pondrá otra granada sin seguro en el seno del oficialismo.
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En algo coinciden desde el kirchnerismo y desde el albertismo. “Esto no da para más”, dicen a ambos lados de la trinchera del Frente de Todos que, aunque parezca mentira, cada día nos hace caer en la remanida frase: “el oficialismo está en su hora más crítica”, cuando en rigor no se sabe hasta dónde escalará el conflicto.
Así como están las cosas, la convivencia bajo el mismo techo se torna imposible, pero nadie quiere abandonar los despachos de Balcarce 50 o sus inmediaciones. Mientras Martín Guzmán y Aníbal Fernández advierten que quien no acompañe el proyecto económico nada tiene que hacer en el Gobierno, desde el kirchnerismo insisten que Alberto Fernández y su ministro de Economía no escuchan, se atan a números macroeconómicos que tardarán meses en ser advertidos como mejoría por la gente, y alejan a la alianza oficialista de su electorado.
La Cámpora pide a gritos que Guzmán salga eyectado del Ejecutivo y no ahorra misiles para derribarlo. Pero si se cae el titular de hacienda se cae Alberto. Al menos así lo ven desde el entorno del Presidente, quien buscará sostener a su ministro hasta más allá del límite. Si usted quiere escuchar un rosario de insultos y puteadas, con decir una sola palabra basta; llame a un camporista y diga, simplemente, “Guzmán”.
En cambio, si el llamado se hace a algún hombre o mujer alineado con el jefe de Estado, escuchará que “con el kirchnerismo es imposible gobernar”.
En ese nivel de beligerancia ambas tropas confluyen en la Casa Rosada, y mientras los unos dicen que quien no acompañe las medidas económicas debe alejarse, los otros se aferran a la teoría que expresó tajantemente Andrés “Cuervo” Larroque hace un par de semanas, cuando sentenció: “No nos podemos ir de algo que gestamos”. El kirchnerismo se siente padre y madre del proyecto. Alberto retruca “yo gané”.
Las disidencias comenzaron a exponerse de manera drástica tras el acuerdo con el FMI, pero esa circunstancia fue más excusa que realidad. Cristina Fernández siempre supo que debía acordarse con el organismo, lo que no tolera es que se haya hecho tarde (dejando al oficialismo como parte del problema que el kirchnerismo solo endilga a Macri), con algunas metas inconsultas, y en medio de un problema social enorme que se agrava por la inflación incontrolada.
En el nivel de conflicto actual aparece como imposible la continuidad de la convivencia. Pero, ¿quién se va? Desde el kirchnerismo se asegura que no quieren llegar tan lejos como para derribar la institucionalidad presidencial; aunque el fantasma de la Asamblea Legislativa merodea tántrico los pasillos del Congreso. Y digo tántrico porque algunos alcanzan un climax cercano al orgasmo cuando le dan vuelo a la imaginación, y elucubran lo que pasaría ante una eventual salida anticipada de Alberto Fernández.
Se sabe que quieren la cabeza de Guzmán. Y detrás de ella la de varios otros funcionarios. Para decirlo sencillo: todos los que se alinean con el Presidente. La lista primero era de cinco, después de ocho, ahora ya supera la docena. Si Alberto hace eso es poca la diferencia que si se tomara el helicóptero. Incluso hay quienes afirman que el Presidente podría usar esa carta para cortar con tanto ataque del otro lado. “Si Alberto la llama a Cristina y le dice que si no lo acompañan se va a la casa, le arma a ella un quilombo bárbaro”, ensayó ante este medio un dirigente bonaerense que pivotea entre ambos campamentos. Porque neutros hay, aunque se vean poco.
Del lado del Presidente amenazan con cerrarse y eso pone en duda la continuidad de los camporistas en cargos ejecutivos. Lo que dijo Guzmán lo dijo con la venia del primer mandatario, y las versiones de cambios en el gabinete la semana que viene surgen de usinas cercanas a Alberto. Hay quienes ponen en duda que Eduardo “Wado” de Pedro siga como ministro del Interior. Sacar a uno de los jefes de La Cámpora podría compararse con atacar a Pearl Harbor. Rompería definitivamente todo. ¿Está cortado el diálogo entre el Presidente y Wado? No. Pero en La Cámpora afirman que “Alberto no escucha ni a Wado ni a nadie, ni mira las fotos”.
Las fotos. Son por estos días la artillería más contundente que tiene la Fernández mujer para sitiar al Fernández hombre. Y lo hace con imágenes que, de manera sistémica, llegan desde la provincia de Buenos Aires. “Los enemigos de mis enemigos son mis amigos” dice el proverbio árabe que acercó en los últimos tiempos a dos celosos componentes de expresiones disímiles del cristinismo de paladar negro: Máximo y Axel.
El hijo de dos presidentes y el gobernador bonaerense coincidieron en tres acciones desde el 24 de marzo (cuando Kicillof participó de la marcha organizada por La Cámpora) y el viernes pasado cuando, sin razón aparente, Máximo ocupó un lugar en el palco de un acto de gestión del ministerio de Ambiente bonaerense. En el medio, coincidieron en la asunción de las nuevas autoridades de la CGT.
Pero las imágenes que tienen como escenario la provincia de Buenos Aires también se adornan con otros componentes, que hacen ver a Alberto Fernández y su núcleo cercano en una inquietante soledad. Martín Insaurralde, en tanto jefe de Gabinete bonaerense, socio político de Máximo y cabeza principal del grupo mayoritario de intendentes del peronismo, completa la coreografía. En las actuales circunstancias, el mencionado proverbio también es aplicable a Insaurralde y Kicillof.
Hoy, sin ir más lejos, el acto en Ensenada, donde se presentaron medidas tendientes a mejorar precios de productos esenciales, ofreció un retrato completo de cómo se compone el ejército que apunta a la Rosada como exclusiva responsable del descontento social con el oficialismo. En el escenario estaban Axel Kicillof y dos de sus ministros más cercanos (Augusto Costa y Javier Rodríguez); Martín Insaurralde; Andrés Larroque (Cámpora); y el intendente local, Mario Secco, un K de denominación de orígen. Pero también estaba Roberto Feletti. Sí, era un anuncio tendiente a morigerar la inflación y eso justifica su presencia, pero debe leerse mucho más allá de eso.
Esas son las señales que el kirchnerismo quiere que advierta Alberto. “Estamos todos de un lado y él no lo ve”, aseguró un funcionario nacional K.
Hay otras fotografías que también encriptan mensajes para el presente y tienen una perspectiva de futuro. Y esas llegan desde el Congreso. Como dice un dirigente avezado en las lides peronistas: “(Sergio) Massa se saca fotos con todos, pero todas las fotos de Cristina son con Massa”, en referencia a las instantáneas que la vicepresidenta le concedió al titular de la Cámara de Diputados en los últimos días. Con poco para elegir puertas adentro el tigrense se juega mucho para ser el bendecido en 2023. Pero esa es otra batalla para la cual todavía falta terreno por recorrer.
Este miércoles, en tanto, aparecerán dos hechos clave que podrían ser determinantes para lo que suceda en una Semana Santa que se avecina con poca paz. Se conocerá el índice de precios del Indec del mes de marzo, y será el más alto del año; además habla Cristina. Hay una enorme expectativa en el Instituto Patria y sus derivados acerca de lo que pueda decir “la jefa”. No pocos esperan una ofensiva que haga tambalear la trinchera albertista y sea detonante para empezar a ponerle fin a una guerra en la que por ahora nadie se rinde pero se lanzan con tanta artillería que los daños empiezan a ser irreversibles.